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Sueños VI

Por fin llego el día. “El gran día”. La tradición dicta que mientras el novio espera impacientemente a la puesta de la iglesia, la novia (a veces pienso que lo hacen buscando la desesperación del novio) sale de la casa de sus padres ya totalmente vestida y andando, recorriendo prácticamente todo el pueblo, se llega hasta la iglesia. Las prisas claro está no eran las que marcaban ese momento.


Tras una hora y media de ceremonia llega el momento que todo futuro matrimonio, el si quiero y el “puede besar a la novia”. Ambos quisieron, sin dudas, sin temores, con firmeza, el beso sello su unión. Ya eran uno. Mientras corrían hacia el coche entre granos de arroz y pétalos de rosas, él le pregunto:

-¿Me quieres?
-Sin medida –respondió ella-


Era su primer momento a solas como matrimonio, bueno, con el fotógrafo, el chofer, los padres y los curiosos que se arremolinaban para ver el vestido de la novia. No paraban de cruzarse miradas cómplices había brillo en sus ojos, felicidad desbordante, entusiasmo y muchos sueños por delante que cumplir. Un hogar nuevo cuyos cimientos se basaban en el amor, el cariño y el respeto.

Llegaron al lugar de la comida. Los esfuerzos de los padres de ella por ahorrar y darle a su hija lo mejor en este día, hicieron que la comida se pudiese celebrar en un restaurante cercano. Cuando entraron en el salón abarrotado, aplausos y vítores no dejaban oír la música de fondo. Todos comieron como si fuese su primera comida en días. Se corto la tarta al más puro estilo tradicional, espada en ristre. Y por fin el baile. Había pasado tiempo desde aquel primer baile, hasta este. Sus manos se volvieron a entrelazar y los dos minutos que estuvieron bailando solos parecieron, de nuevo, una eternidad.

Esa noche ella perdió esa parte de sí que solo las mujeres de antes guardaban para su marido y que solo cuando eran marido y mujer, él le podía arrebatar, su virginidad. Cuando el se quedó dormido, ella se levantó, dio una vuelta por su nuevo hogar y mientras se fumaba un cigarro (solo en algunas ocasiones lo hacia), se sentó en el oscuro salón, escuchó el silencio y se dijo para sí misma, como si fuera un triste presagio:

-Cuantos días tendré que escuchar la soledad. Cuantas noches solo tendré mi calor. Cuantas horas la mesa, durante la comida, solo estará ocupada por mí.

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