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Sueños III

Ella era de mediana altura, corpulenta, pero no gruesa, delataba su cuerpo muchas horas de trabajo en el campo, en la casa, ayudando a sus padres a salir adelante en una pos-guerra dura, donde cada mano era necesaria para ayudar a llevar un trozo de pan a la mesa. Tez morena y curtida, su pelo moreno perfectamente cuidado a pesar de todo, y unos ojos llenos de vida, vidriosos, llenos de felicidad.

El solo un poco mas alto que ella, era un hombre duro, simpático, amable, bien parecido, y conocido por todos en el pueblo. A pesar de ser de fuera, rápido se hizo un hueco entre la gente del lugar, cafés, partidas de cartas, invitaciones, le hicieron un tipo popular.

Llegaron las fiestas del pueblo, muchos de nosotros recordamos como eran las fiestas de los pueblos antes, sus bailes, sus orquestas, y sus pequeñas atracciones, que por aquel entonces, dejaban a mas de uno la boca abierta, los caballitos eran una gran atracción. Pero la estrella de las fiestas era la orquesta. El baile, la noche envolvía ese momento, era el lugar y la oportunidad para muchos hombres de tener entre sus brazos a una mujer, sentir su piel suave, sus curvas, su olor.

Era el momento de vestir sus mejores galas, el vestido que te habías comprado (solo las mas pudientes) o que te habías hecho con unas cortinas (las mas), había que lucirlo en ese momento.

Y ahí estaban ellas. Sentadas en unas sillas, agrupadas, para que si se acercaba alguna fiera al acecho, pudiesen espantarla mejor en grupo que no por separado. Poco a poco ellos, galantemente iban sacándolas a bailar una por una. Antes de eso, ellos, claro esta, ya habían organizado su plan de ataque, como leones tras su presa. Ya solo quedaban ellos dos, ningún otro podía intentar bailar con ella, así lo había dispuesto él. Se cruzaban sus miradas, sus ojos miraban sin mirar, hablaban sin hablar. Por fin, él tomo la iniciativa, lentamente, sin apartar la vista de ella, se fue acercando, fumaba despacio, paso a paso:

¿Bailas?-Dijo el-
No, ¿no ves que no?-replico ella-

La cara de el antes ruda, con gesto seguro, cambio radicalmente, y casi tartamudeando, volvió a insistir:

Ya, si claro, pero, esto, digo, ¿que si bailas conmigo?

-Ella, dejando entrever una ligera sonrisa, volvió a replicar-¿Por qué?

Pues, no se, estas aquí sola y…
No estoy sola -le cortó rápidamente ella- he venido con mis amigas, ellas están bailando ahora.
Ya bueno, pero ahora estas sola ¿no?, aunque ellas estén ahí, bailando, con algunos de mis amigos por cierto, ahora mismo estas aquí sola, o quizá, estés esperando a alguien, ¿es eso tal vez?, esperas a algún… ¿hombre?

No, el hombre al que espero esta aun por llegar-aseveró ella con tono tajante-

Bueno, mientras esperas…podríamos bailar un poco, ¿no?

Está bien -dijo ella- solo uno

Sea pues, solo uno, -dijo el tirando el cigarrillo y cogiéndola de la mano-

Era la primera vez que se tocaban la primera vez que sentían el tacto de su piel, ella unas manos suaves, a pesar de las jornadas de trabajo, el pequeñas, pero fuertes, rudas, el trabajo en las vías, era duro.

SUEÑOS I


Ella era de mediana altura, corpulenta, pero no gruesa, delataba su cuerpo, muchas horas de trabajo en el campo, en la casa, ayudando a sus padres a salir adelante en una pos-guerra, dura, donde cada mano, era necesaria para ayudar a llevar un trozo de pan a la mesa. Tez morena, pero curtida, su pelo moreno, perfectamente cuidado a pesar de todo, y unos ojos llenos de vida, vidriosos, llenos de felicidad.

El, solo un poco mas alto que ella, era un hombre duro, curtido en las vías del tren, simpático, amable, bien parecido, y conocido por todos en el pueblo, a pesar de ser de fuera, rápido se hizo un hueco entre la gente del lugar, cafés, partidas de cartas, invitaciones, le hicieron un tipo popular.

El pueblo era pequeño, no una aldea, pero un pueblo pequeño, apenas mil quinientos habitantes. La ultima ampliación del mismo, había llevado además de nuevos habitantes (forasteros los llamaban), el citado tren. La fuente principal de ingresos, era sin lugar a dudas, lo que se sacaba del trabajo en el campo.

No hacia mucho el Ayuntamiento había decidido comprar tierras a los terratenientes del pueblo, hacer lotes de igual medida todos, y sorprendentemente repartirlas a pares entre todos los vecinos, como aun sobraron tierras, por cada niño que naciese, en vez de con un pan debajo del brazo, vendría con una parcela bajo el brazo, iniciativa sin parangón que claro esta, no hizo si no contribuir al crecimiento demográfico de la localidad.

Situado cercano al Río Ebro, junto al Canal Imperial de Aragón, y cercado por la vía del tren, hacían de sus tierras, principalmente de regadío, las mejores por su gran productividad, se cultivaban tomate, pimiento, espárragos, maíz, patatas y demás productos. No solo hubo una explosión demográfica sino también económica, tan necesaria en aquella época.

SUEÑOS


Dicen, que dos personas desnudas, en la misma cama, pueden soportar las más bajas temperaturas, el calor que desprenden sus cuerpos, son mas que suficientes para darse abrigo el uno al otro, y ahí estaba yo, con una de las mujeres más bellas del pueblo a mi lado, juntos, desnudos....

Mil novecientos setenta y cinco, febrero, un suave manto de nieve cubría las calles, había empezado a nevar no hacia mucho, hacia frío, pero estar a su lado me reconfortaba, una pequeña estufa calentaba la habitación, una habitación grande, para una casa grande.

Tres habitaciones, un salón, y una pequeña cocina, componían la parte de arriba de la casa, un salón enorme, otra habitación, una cocina un baño, y el garaje, eran las estancias de abajo. Fuertes pilares de hormigón sujetaban la casa, suelos de terrazo, de esos irrompibles por mucho que los aporreasen los niños, paredes lisas, forradas con un papel que llevaba en la época, pero que ahora, hace daño a la vista, mucha luz, y mucho amor, es lo poco que recuerdo de esa casa.

Por aquel entonces, tenia yo apenas unos meses, y en el regazo de mi madre, me sentía seguro amado, feliz. Era su segundo hijo, seis años, habían pasado desde que naciese el pequeño Luis. Aquel pequeño, que tantos problemas puso para salir de su tripa, quizá no quería, pero tras ocho insufribles horas de parto, y unos fórceps, finalmente se animó a salir.

Dos años antes, ella, se había casado, y seis meses atrás le conoció a “él”.

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