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SUEÑOS


Dicen, que dos personas desnudas, en la misma cama, pueden soportar las más bajas temperaturas, el calor que desprenden sus cuerpos, son mas que suficientes para darse abrigo el uno al otro, y ahí estaba yo, con una de las mujeres más bellas del pueblo a mi lado, juntos, desnudos....

Mil novecientos setenta y cinco, febrero, un suave manto de nieve cubría las calles, había empezado a nevar no hacia mucho, hacia frío, pero estar a su lado me reconfortaba, una pequeña estufa calentaba la habitación, una habitación grande, para una casa grande.

Tres habitaciones, un salón, y una pequeña cocina, componían la parte de arriba de la casa, un salón enorme, otra habitación, una cocina un baño, y el garaje, eran las estancias de abajo. Fuertes pilares de hormigón sujetaban la casa, suelos de terrazo, de esos irrompibles por mucho que los aporreasen los niños, paredes lisas, forradas con un papel que llevaba en la época, pero que ahora, hace daño a la vista, mucha luz, y mucho amor, es lo poco que recuerdo de esa casa.

Por aquel entonces, tenia yo apenas unos meses, y en el regazo de mi madre, me sentía seguro amado, feliz. Era su segundo hijo, seis años, habían pasado desde que naciese el pequeño Luis. Aquel pequeño, que tantos problemas puso para salir de su tripa, quizá no quería, pero tras ocho insufribles horas de parto, y unos fórceps, finalmente se animó a salir.

Dos años antes, ella, se había casado, y seis meses atrás le conoció a “él”.

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